Quiero pensar que las competencias son provechosas. Es verdad que no siempre, porque el currículo de cada materia es de su padre y de su madre. En Psicología de segundo de Bachillerato, por ejemplo, las competencias son un calco de los bloques de contenido, y ahí no tiene sentido «programar por competencias». Es una tontería. Te están pidiendo a gritos que las pongas al final de la programación, en el tradicional «pegote competencial», para cubrir el expediente sin que llegue a salpicar al aula.
Pero luego miras el currículo de Filosofía de primero de bachillerato, y realmente tiene unas competencias específicas muy chulas, tanto desde un punto de vista académico como para objetivos cívicos y sociales. Argumentar, impulsar el intercambio de ideas, identificar falacias, respetar opiniones, entender la teoría como proceso histórico abierto, conocer el trasfondo filosófico de la cultura...
¿Y la escuela está sacando partido de esto? Yo creo que no. La inercia es convertir las competencias en un pegote burocrático sin consecuencias, porque lo contrario es muy difícil de hacer. Esta semana he oído «no puedes hacer mil pruebas», «las familias no lo entienden» y «hay que tener cuidado con las reclamaciones».
Tengo sentimientos encontrados sobre estas frases. Por un lado tienen su parte de verdad. Al obligar a que se enseñen unas competencias muy específicas, la LOMLOE requiere un sistema de evaluación mucho más riguroso que antes, cuando enseñar a usar ordenadores, trabajar en grupo o hacer exposiciones orales estaba mucho más sometido al arbitrio docente, y no hacía falta evaluarlo ni calificarlo. La evaluación competencial es más ambiciosa porque quiere ser mejor, medir más cosas. Eso es difícil de hacer. Está bien decirlo. Un sistema más complejo es más difícil de realizar con pocos instrumentos, más difícil de explicar a las familias, más difícil de blindar contra injusticias reclamables y reclamaciones injustas.
También nuestro currículo es ambicioso. Cada competencia específica exige un mecanismo de aprendizaje y evaluación muy diferente. Esto genera problemas sui generis, complicaciones que uno no podría deducir a partir del concepto abstracto «competencia», y eso impide dar una solución vertical, teórica, a la evaluación y calificación por competencias. Cada uno se las tiene que apañar para ver cómo encaja las piezas para poder calificar de la manera más comprensible de la que es capaz, sin poder traerse soluciones de otros departamentos o de un ponente de la Administración que no conoce los entresijos del currículo de cada materia.
Por otro lado, ¿eso significa que no merece la pena intentarlo? Yo creo que no. Creo que esos problemas particulares son resolubles con un buen conocimiento del asunto. Pero no un conocimiento general, sino el tipo de conocimiento que generaría una comunidad ―un cuerpo docente, podríamos decir― que lleva años lidiando con esas complejidades, y que tiene una programación vetusta redactada en un ordenador con Windows 95 que es capaz de explicar cada caso particular y anticipar cada reclamación, y en julio todo el mundo está en la playa. Pero no tenemos eso. Tenemos eso para otro sistema, uno que no encaja con la ley, porque no está pensado para enseñar, evaluar y calificar competencias. La comunidad no alberga el tesoro que uno querría. ¿De quién es la culpa?
Lo admito: es frustrante que mis compañeros no me ayuden a resolver estas dudas, sino que prefieran pasar flotando por encima de todo esto, entre la indolencia y la oposición ideológica directa. Todo son pegas, y yo no soy capaz de argumentar bien contra ellas porque tienen su parte de razón, y yo no tengo años de batallitas y soluciones a mis espaldas. No tengo todas las respuestas. Y si no las tengo yo, no hay programación por competencias, porque nadie más va a mover un dedo por sacar una programación competencial. Hay demasiado en juego, parece.
Tampoco puedes culpar totalmente al cuerpo docente de su propia inercia. Yo seré nuevo en la docencia, pero en la LOMLOE somos nuevos todos. Igual quienes desarrollaron el currículo en los Reales Decretos tienen algo de culpa de no haber hecho un trabajo más homogéneo, pero hasta esas personas son nuevas en conceptos LOMLOE. Todos somos nuevos: la culpa es de esa novedad atroz, esas prisas con la que han hecho una ley y nos la han tirado a la cara. Eso es lo que impide que haya un currículo desarrollado de forma más coherente, o que hayamos tenido tiempo de buscar soluciones en los departamentos.
Los compañeros son frustrantes, pero en el fondo, el comportamiento de un grupo tan numeroso de personas es termodinámico. Van a ir por el camino de mínima energía. Es mucho más frustrante aún que el Ministerio no haya previsto esto. La única función del Ministerio es ejecutar, poner los medios para que la ley se cumpla con el dinero que se les asigna, cambiar la inercia del sistema en la dirección que le marque la ley. Si los profesores van a seguir el camino de mínima energía, el Ministerio tiene que cambiar las condiciones de manera que el camino de mínima energía sea hacer las cosas bien. Y no han hecho eso.
Si las cosas siguen por su curso habitual, seguirán sin hacerlo. Quedan todavía hasta dos años de legislatura, y si después no gobierna el PSOE, lo más pronto que se podría llegar a redactar, aprobar, desarrollar e implantar una nueva ley educativa sería otros dos años después. Nos quedan al menos cuatro cursos completos de competencias específicas. Ojalá el Ministerio se las llegue a tomar en serio, en vez de seguir dejando de lado ¡no digamos ya las ratios y las lectivas!, sino hasta la legislación impulsada por su propio partido. Si no, durante estos cuatro cursos, las competencias seguirán siendo lo que han sido en los últimos diecisiete: un pegote burocrático al final de la programación.
[Editado: 22 de septiembre de 2024]
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