A la última clase de TIC llegamos algo así como veinte minutos tarde, y pasamos los siguiente veinte minutos comentando asuntos de organización. Siento que hay un problema importante en este máster.
En realidad esto ya lo sabíamos: todo el mundo se queja del máster, excepto los propios del máster, que se quejan de que todo el mundo se queja del máster. Pero no me funciona la atribución habitual de responsabilidades, porque no explica nada. A primera vista, que el máster sea «todo paja» por culpa de «los pedagogos» no explica por qué los estudiantes llegamos veinte minutos tarde, ni por qué hay que dedicar veinte minutos de clase a organizarse. Y, sin embargo, tanto la paja como los retrasos tienen una causa común.
Aquel día llegamos tarde porque el profesor anterior se extendió en su clase hasta pasada su hora, error humano, y después de eso nosotros decidimos mantener el descanso de diez minutos entre clase y clase. Del descanso se puede decir que es necesario en una tarde de cuatro horas, pero el retraso del profesor no es solo culpa suya. Ya nos lo dijo el profesor de TIC: en esa situación se le avisa al profesor y, en última instancia, uno se va.
Pero no lo hicimos. Y no lo hicimos porque eso es gestión, y estamos cansados de hacer gestión. Tenemos nueve profesores sin contar ponentes externos, y cada uno tiene una idea sobre la evaluación. Hay que estar al tanto de las nueve evaluaciones, hay que negociar con cada uno de ellos si su carga de trabajo se ajusta al calendario y a los créditos, y hay que estar pendiente de nueve canales de comunicación distintos, por cuatro medios diferentes —presencial, Webmail, Moodle y hay incluso quien nos escribe por Teams— para aclarar dudas sobre las planificaciones de estos profesores.
Y las dudas abundan: en varias planificaciones aparecen clases en períodos libres de docencia, y al hacerlo notar, los profesores nos preguntan a nosotros cuándo se podría dar esa clase. Y podríamos responder a su pregunta, pero ni siquiera disponemos de un calendario concreto de clases: solo hay un horario genérico donde los huecos corresponden a «este profesor, o este, o este otro». Cosa que, por otra parte, ni siquiera es verdad todas las veces. Una semana nos avisan de que habrá clase de A donde ponía que era B. Otra semana, una profesora no aparece en su hora porque pensaba que su clase era después. La siguiente semana, aparecen dos ponentes a dar clase en el mismo horario.
Cada día es una sorpresa. Pero, al revés que en las tragaperras, aquí el azar nos transmite la sensación de que no tenemos ningún control sobre lo que pasará en la próxima sesión, y eso produce desafección. Para avisar a un profesor sobre la hora que es hay que estar pendiente de la hora, decidir cuándo se ha pasado y levantar la mano para intervenir. Y a estas alturas nadie quiere hacerse cargo.
Complementariamente, es natural que los profesores planifiquen clases en semanas no lectivas si no se les avisa, y no es raro que intenten acordar con los estudiantes la próxima clase si no se les ha ofrecido el calendario de clases de todo el curso para poder organizarse por sí mismos. Si todas las semanas cambia el orden de alguna sesión, era cuestión de tiempo que alguien se confundiera y faltara a su clase.
Por eso hay que pasar veinte minutos organizándose en cada clase, después de llegar veinte minutos tarde. Porque el máster está muy mal organizado. Y eso no es culpa de «los pedagogos», pero sí se puede defender que hay «mucha paja», y quizás por la misma razón por la que está mal organizado. Lo pensaremos en otra ocasión.
(Redactado el 12 de febrero de 2022 acerca del Máster Universitario en Formación de Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato (MESOB) de la UAM)
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